Como ocurrió con muchas de las casas de negocios que a principios del siglo XX se multiplicaron en los pueblos de la provincia de Buenos Aires, el fundador de la Casa Torre fue un inmigrante español, Teodoro Torre. Nacido en la aldea de Herreros, provincia de Soria, tenía 13 años cuando desembarcó en el puerto de Buenos Aires, en diciembre de 1893, sumándose a los cientos de miles de inmigrantes que venían atraídos por un país en crecimiento como productor de alimentos para el mundo. Sus primeros trabajos los encontró en Chivilcoy, donde se radicó con la protección de conexiones familiares. En una entrevista de 1944, con 64 años de edad, evocó esos tiempos y “los humildes puestos de boyero, rastreador, arador y cuarteador de máquinas” que desempeñó en la chacra de una familia amiga. Luego probó suerte en Bahia Blanca, Capitán Sarmiento y Luján, para volver a Chivilcoy en 1899 donde “conseguí empleo en el negocio de Don Pedro de Nicolás”, precisa don Teodoro. De Nicolás, al que estaba ligado por lazos de parentesco, lo nombró luego socio y con ese respaldo se lanzó a una verdadera aventura para las circunstancias de la época: viajó una buena cantidad de kilómetros hacia el sudoeste bonaerense y se instaló en compañía de su esposa, Epifania Mingote, en Puán, por entonces un pueblo de dos mil habitantes y con una flamante conexión ferroviaria. Allí, el 17 de setiembre de 1904, abrió sus puertas la firma De Nicolas y Torre, que seis años más tarde, y como testimonio de la confianza en sus propias fuerzas, dejó paso a Teodoro Torre y Cia. En los años sucesivos, sea en primera persona o llevando como asociados a antiguos empleados, fue consolidando su empresa, concretó la apertura de sucursales en 17 de Agosto (1907) y Darregueira (1918) y se granjeó una sólida reputación comercial.
Teodoro Torre
Teodoro Torre (H)
Teodoro Alberto Torre
La empresa que montó Teodoro Torre fue el típico Almacén de Ramos Generales que caracterizaba al escenario comercial de los pueblos de campaña. Generalmente, contaba con varias secciones: almacén propiamente dicho, tienda, bazar y menaje, ferretería y corralón, que incluía la venta de maquinaria agrícola, molinos de viento, elementos para la construcción y combustibles. Era la institución más importante con la que tenía relación la gente de campo y cumplía cuatro funciones principales. Una, proveer de los insumos necesarios para la explotación agropecuaria y para la subsistencia de la familia, con riguroso débito en “la libreta” (típica libreta de tapas de hule negro) que se salda a fin de año tras levantar y liquidar la cosecha. Esta rutina incluye una segunda función de peso, la de financista, en tiempos en que no había otra fuente de crédito más que los almaceneros; y al mismo tiempo cumplen una tercera función, la de comprador de la producción de los chacareros, tarea que otorgaba mayor prestigio al almacén y le sumaba a su razón comercial el aditamento clásico: “Ramos Generales. Cereales”. Cuarta función: centro de la vida social, en torno al tradicional “despacho de bebidas”, ubicado en un extremo del mostrador y en el que los clientes –en un alto en las compras o al finalizar ellas- tomaban un vino mientras se ponían al tanto de las novedades del pueblo y la comarca.
El papel que jugaron los almacenes de ramos generales contribuyó a que en torno a ellos se forjaran lazos que iban más allá de las cuestiones estrictamente comerciales; entre sus dueños y los clientes tendía a crearse un sentimiento de comunidad, porque en las buenas y en las malas, el destino los encontraba del mismo lado. La trayectoria de los emprendimientos de Teodoro Torre fue un claro ejemplo. En la entrevista de 1944 le pregunta el periodista: “Tenemos entendido que Ud., más que comerciante fue un amigo y consejero de sus clientes”. Y responde don Teodoro: “Fui eso y mucho más todavía. He sido el paño de lágrimas de todas las desgracias económicas de mis clientes. En cierta ocasión pronostiqué a mis hijos que con la bondad, consejos y dinero que había derramado, de las piedras de Puán brotarían flores para ellos”.
Al llegar su hora, los hijos de Teodoro Torre se ocuparon de cultivar y agrandar el legado dejado por el padre. En 1938 se formó una nueva firma, Torre Hijos y Cia., a la que ingresaron como socios los cuatro hijos varones del matrimonio Torre-Mingote: Teodoro (h), Andrés, Eduardo y Alfredo. En 1943 don Teodoro se retiró del negocio, aunque siguió a la distancia, siempre atento, sus actividades, y el timón pasó a manos de la nueva generación: Eduardo y Alfredo al frente de la sede de Puan y Teodoro (h) y Andrés a cargo de Darregueira. A partir de entonces, el perfil del almacén de ramos generales, ya desdibujado por la modernidad, vira hacia un complejo económico acotado a la comercialización de cereales y ganado, pero con decidido empuje y expansión en la producción propia de ambos rubros. Esto no disminuye, ni mucho menos, los lazos con el entorno, plasmado en el soporte de áreas comerciales como la venta de máquinas agrícolas, semillas y fertilizantes, la provisión de combustible y la contratación de seguros vinculados a la actividad agropecuaria. La dinámica familiar, mientras tanto, bifurca nuevamente el camino y en Darregueira, con Teodoro Torre (h) en la conducción, crece la figura de Teodoro Alberto, su hijo, un apoyo clave para transitar los tiempos de cambio que vive la empresa. Con “Teodo”, como se lo conocía, se consolida la modernización en todos los frentes, con el valor agregado de una personalidad que honró a rajatabla la tradición más preciada: el vínculo con los clientes. No fue casual, entonces, la extendida manifestación de dolor que motivó su fallecimiento. Pero la saga que arrancó con el inmigrante de Herreros tiene continuidad. Alberto Teodoro, el hijo de Teodo, es ahora responsable de una moderna expresión económica que no ha perdido su raigambre regional. Tanto es así, que terminó rebautizada como algo muy próximo al diario trajín de sus habitantes: Casa Torre. Todo un homenaje.